Durante dos horas, el Cervantes se convirtió el pasado miércoles en un plató de rodaje de los años 50 · La diva puso el broche final con el aria'Nessun Dorma'
Inma Mateos / MálagaHoy | Actualizado 08.07.2011 - 05:00
La cantante desplegó toda su fuerza ante el millar de seguidores congregados el miércoles en el Cervantes.
Silencio, se rueda. La gran Madame Noir está a punto de hacer su aparición en escena mientras un público impaciente por ver a su diva mira hacia un lado y otro del escenario, ansioso por verla. Y de repente, suena una voz inconfundible. Tras el público, surge ella, imponiendo con su sola presencia. Como una gran estrella que brilla con luz propia, Mónica Naranjo caminó por el pasillo iluminándolo con cada uno de sus pasos. Desde este primer instante, el Teatro Cervantes cayó irremediablemente rendido a sus pies.
Enfundada en un vestido de noche color plata y con una grandeza sobrehumana, se dirigió lentamente hacia el escenario mientras deleitaba con el primer tema de la noche, Lágrimas de escarcha. No hizo falta más que un piano como acompañamiento musical. La potencia de su voz fue tal que el público quedó mermado ante su grandeza. La Pantera de Figueras hizo gala una vez más de su arrebatadora presencia y de esa fuerza única que solo ella posee.
Durante dos horas, el escenario se convirtió en un plató de rodaje de los años 50, donde la cantante interpretó a la perfección su papel de egocéntrica actriz, acompañada de un séquito que la mimaba sin contemplaciones. En un íntimo camerino, la diva catalana no sólo mostró su lado más personal, sino también el más cómico, logrando desatar la carcajada del público en numerosas ocasiones.
Espectaculares sus cambios de registro y espectacular ella en sí, es lógico que las entradas para asistir a su actuación estuviesen agotadas desde hace semanas. Y no podía ser de otra manera. Mónica Naranjo es una de esas artistas que gana más si cabe en directo. Sus impresionantes cambios de registro unido a su personalidad arrolladora, provocan una serie de emociones a flor de piel y estremecen a quien la escucha de una forma indescriptible. Miedo, Mi vida por un hombre, Cry me a river,E penso a te... No importó el idioma. Con cada canción, la artista hizo un regalo único e irrepetible para los sentidos.
Y fue entonces, tras la interpretación de la Balada para mi muerte en la que Madame Noir quedó tirada en el suelo durante unos minutos carente de energía, cuando resurgió de sus cenizas como una auténtica diosa para poner el colofón final al espectáculo con el aria Nessun Dorma, de Puccini, un tema que solo está permitido ser interpretado a una voz tan privilegiada como la suya, sin límites ni remilgos.
Un final mágico para la actuación de una estrella sobrenatural. Lo suyo no es sino un don. Lo que el miércoles pudo vivirse en el Cervantes quedará sin duda para la historia.
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