sábado, 9 de enero de 2010
Sacerdotisa de la desmesura BY EL PAIS
Fuente: EL País.
FERNANDO NEIRA - Madrid - 09/01/2010 . Sólo se nos ocurre algo más excesivo que un concierto de Mónica Naranjo: un concierto sinfónico de Mónica Naranjo. Después de una década larga amenazando las cristaleras y ventanales de toda España y parte del planeta, la reina de las cuatro octavas de tesitura consideró llegado el momento de subir la apuesta. En Adagio, el espectáculo que desembarcaba anoche en el Palacio de Congresos, no hay margen para colgarse del techo ni otras extravagancias muy de su gusto. Tanto da: con guitarras eléctricas o sección de cuerda, la de Figueres nunca podrá dejar de ser la suma sacerdotisa de la desmesura. Y a mucha honra.
Irrumpe con vestido azul turquesa y capa hasta el suelo. El contorneo de cintura y brazos remite a la soprano de El quinto elemento, pero Mónica ejerce más de princesa gótica. Cualquier día nos la fichan para amenizar las visitas presidenciales a las Naciones Unidas; mientras tanto, la bombástica adhesión de sus fieles le asegura tanta longevidad artística como le plazca.
Adagio sugiere reposo y se antoja un título engañosísimo, porque el objetivo nada disimulado de los oficiantes es el de la apoteosis. La orquesta del melenudo Pepe Herrero ya se encarga de aplicar crescendos cada media docena de compases y, en justa correspondencia, el público aguarda con las palmas en tensión permanente. Se masca tal nivel de adrenalina que ya con el primer tema, Europa, el patio de butacas explota con el ardor de una final de Champions. Ni frío polar ni gaitas: pura fenomenología paroxística.
Inmensidad concede un tenue respiro, pero Desátame provoca otro incalculable cataclismo. "Dios santo, a este paso mañana tengo que pedirme una baja", murmuraba, sofocado, un muchacho (guapísimo, como tantos otros) en la fila contigua. Preocupaditos nos tuvo: a los quince minutos del espectáculo ya andaba el hombre al borde de la congestión.
Si eres chico, te atraen los chicos y faltaste a la cita de anoche, mal hecho: acaso dejaras de conocer al príncipe azul. Salvo algún disidente que se dejara caer, quién sabe, por el homenaje a Extremoduro en la Caracol, los mozalbetes más apuestos de la ciudad se concentraban frente al Bernabéu. Mucho más estilosos que CR9 (Cristiano Ronaldo), dónde va a parar. Naranjo les sabe corresponder con picardía y arrebato, con esa mezcla entre elegancia e histrionismo que le ha otorgado el carné oficial de diva. Con carácter vitalicio, oiga.
Mónica dispone, cómo dudarlo, de un vozarrón abrumador. Su público tose durante los interludios orquestales, como si estuviéramos en el Auditorio Nacional, pero se desboca ante las exhibiciones de su heroína al grito de "¡Viva la madre que te parió!" o, en versión más tosca, "¡Qué grande eres, cabrona!". Los más logrados ramalazos de la artista llegan por el lado de la teatralidad: cuando juega a ser una Caperucita bobalicona en Usted o imprime aires tangueros a Qué imposible. En esos momentos parece una felina recién liberada de la jaula que sopesa a qué indefenso animalito se va a merendar primero. Puestos a escoger, preferimos a esa diva intemperada antes que a la baladista eurovisiva de Óyeme o Empiezo a recordarte, subidones de azúcar en sangre ante los que las autoridades sanitarias deberían actuar de oficio.
Lo malo de un concierto así es que agota. No sólo a su protagonista, que se lo curra, sino a un público que, de tanto levantarse a ovacionar, trabaja más la articulación de la rodilla que en una sesión de steps. Tras semejante exposición a los sobreagudos, convendría someterse hoy a desintoxicación. Prueben con Tom Waits o Leonard Cohen. Sus tímpanos se lo agradecerán, el espíritu también.
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